Reyes Aguilar @oncereyes “Es domingo y juega Del Sol” es la frase oída tantas veces a mi padre, al igual que a aquellos béticos de la Sevilla de posguerra trazada por vías del tranvía donde tan difícil fue no dejar de ser bético. La abismal diferencia con el otro equipo de la ciudad, uno en Primera y el otro recién ascendido de Tercera contribuyó a que ser bético fuese amargo y a la vez rebelde. Y de esos manquepierdísticos tiempos surge un futbolista irrepetible que ahora pasa por un delicado momento de salud, Luis del Sol Cascajares.

Aquella frase servía para que aquellos béticos desilusionados recobrasen la fe, cansados de la difícil y eterna travesía por el desierto cada vez que el de San Jerónimo nacido en la localidad soriana de Arcos de Jalón saltaba al césped del Villamarín. Todos los béticos recuerdan, esos con memoria curtida al albero de los campos de tercera, cómo devolvió al Real Betis a la Primera División en 1957, ese Betis emocionante de la sangre y el orgullo presidido por Benito Villamarín. Cada bético de aquellos años guarda una anécdota con él compartida en esa historia generacional de padres a hijos, de abuelas a nietas; de cómo rompió corazones cuando Villamarín lo había vendido al Real Madrid tras decirle a la afición que no solo lo vendía sino que ya andaba buscando a ver dónde había otro del Sol para ficharlo. Un Real Madrid de Di Stéfano donde jugó en cualquier posición proclamándose dos veces campeón de liga, uno de copa y otra de copa de Europa. También le recuerdan en Turín, donde una estrella con su nombre luce cerca del Juventus Stadium como el ídolo que fue, parte de los cincuenta mejores jugadores que habían pertenecido a ese club a lo largo de su historia. Internacional con la selección nacional veintitrés veces, regresó a Heliópolis en 1972 para jugar una temporada más antes de ser entrenador y secretario técnico, logrando ascender al equipo de nuevo a Primera en la temporada 2000-01.

Recuerdan como afloró desde la cantera con su juego y sus ansias de gol, como levantó la ilusión de la grada convirtiéndose en un auténtico ídolo con sus galopadas por la izquierda y sus potentes remates. Fue un futbolista de huesos de hierro que nunca se lesionó, bautizado como “siete pulmones” que hizo de su famoso “cepillito” en la demarcación de extremo izquierda, el sello de inolvidables tardes de gloria en la Palmera; organizaba, corría, mandaba con una capacidad física envidiable, visualizaba jugadas imposibles y las coordinaba con una inteligencia envidiable que desesperaba al contrario. Pero si me dan a elegir, me quedo con un gol marcado un 21 de septiembre de 1958 en la inauguración de un Sánchez Pizjuán a rebosar. Sobre el césped del flamante e inacabado coliseo de Nervión, se abrazan los capitanes del Sevilla y del Betis, Arza y Del Sol, quien a los dos minutos de juego recoge el balón en la línea divisoria, corre con él como la locomotora del barrio ferroviario que lleva en la sangre lanzándolo como un rayo a la recién estrenada portería de Gol Sur. Aquel gol siempre fue más que un gol, lo fue para mi padre y para muchos béticos que crearon generaciones de béticos. Aquel tanto de Del Sol significó el gol por antonomasia, reflejando ese romanticismo valiente que es pese a todo, seguir siendo del Real Betis Balompié.

Del Sol lleva consigo el ser parte de esa valentía romántica, de esa rebeldía porque si y de ese reconocimiento de toda una generación de béticos que a pesar de no haberle visto jugar, lo han visto en la memoria de todos los que sí lo hicieron, aquellos por los que aún, sigue corriendo por la hierba que le hizo un futbolista irrepetible.