Reyes Aguilar @oncereyes Que Joaquín es una leyenda viva lo saben la finta y el sprint, las tablas verdes y el capote de Curro Romero, maestro de béticos inexorables, sabiduría de gloria y almohadillas y de va a venir a verte tu puñetera madre y yo, cuya esencia dejó pegada a la banda de cal en aquel regate al levantino que al respetable, hizo plantearse el sacarlo a hombros por la puerta de cristales, ¿Dónde está la fuente de la eterna juventud, Hulio?, el chiste se cuenta solo.

El futbolista irrepetible dio el pasado martes una noche de fútbol de las que se contarán de boca en boca, a pesar de que la magia de Joaquín trascienda a sus botas, a sus imitaciones, a sus chistes; si me dan a elegir me quedo con el Joaquín de los ojos brillantes, el futbolista cercano al que todos los niños quieren parecerse, hijos de aquellos padres que le vieron debutar ante el Compostela y hacerse mito; de padres a hijos y de abuelos a nietos, dice la grada, mientras la memoria se nutre de imágenes, goles y momentos cosidos al forro del alma con el dorsal número 17.

Los ojos de Joaquín reflejan su alegría, su juego y su manera de ser, es como un miembro de la familia al que conocemos de nada y de todo, el capitán que no duda en pararse, que firma, se fotografía, abraza y toca, sin quejarse; el accesible, el mito de carne hueso, el hombre que sabe que el Betis está en las azoteas de los barrios, en los campos de tercera, en las gradas del Villamarín y en los transistores de las cocinas, por donde Cardeñosa volvía loco a cualquiera y Gordillo pespunteaba a zancadas las bandas de cualquier campo de cualquier sitio.

Si me dan a elegir, me quedo con el dorsal que todos quieren para la camiseta del día de Reyes, esa misma ilusión que comparten el niño que la lleva puesta al Villamarín y el padre que le aplaude viéndole con el balón en los pies, esa clase de ilusión que no se compra cuando le esperan, y se baja del autobús y se para, y sonríe en la puerta del hotel de donde sea, juegue el Betis donde juegue porque nunca juega solo. El santo y seña de la nave verdiblanca que se emociona humildemente ante dos columnas salomónicas, barras del escudo del Real Betis Balompié como son Gordillo y Cardeñosa, diciendo que la grandeza de las personas trasciende en el tiempo, como si el no supiera ya de lo que habla…

Joaquín ya trasciende en el tiempo, es leyenda viva del equipo que representa, aquel que abandera donde va con balón o sin él, en sus ojos y en su sonrisa, esencia pura de esa leyenda que recorre el mundo entero, la masa madre del beticismo. La magia de Joaquín llena de alegría el vestuario y hace afición, todos lo quieren y sabe entender perfectamente qué es el Betis, ese Manquepierda bien interpretado que llena el alma de gloria y que duele a la vez, humildad y esfuerzo, constancia, perseverancia, ascensos, descensos, Vicente Calderón, gol de López en San Siro, años de vino y de rosas, de gloria y de infierno, del que ya se sabe parte de su historia, barra de su escudo y bandera, porque allá donde va, Joaquín lleva el Betis en el brazalete de capitán, en sus botas y en sus ojos.