JJ Barquín @barquin_julio Cuesta escribir sobre el Betis en estos momentos. Duele ver la guerra civil que se ha instalado en el Villamarín. Los que ya pasamos del medio siglo de vida no estamos preparados para coexistir con esta situación. Hemos vivido otro Betis. Nacimos en el manquepierda y en el amor infinito a unos colores, a una camiseta, a una forma de ser y sentir. Lo que vemos ahora no responde a nuestra idea de club. Por lo menos, a la idea que me enseñaron desde la cima de aquella barandilla verde y roída de Gol Sur.

Muchos dicen de que el Betis ni es peor, ni mejor sino distinto. No comulgo con esta idea. Sobre todo, porque la reflexión contiene una evidencia: todo es distinto con el paso de los años. Pero esos cambios pueden ir a mejor o a peor. En el caso del Betis y su afición, creo que han ido a peor. Lamento decirlo, pero es lo que siento. Siempre ha habido reproches, protestas y grandes broncas al césped y al palco. Pero eran situaciones puntuales. Ahora, lo inusual se ha convertido en habitual, en norma. Incluso en una bandera que muchos llevan a gala como si fuera una medalla heredada de cierta parte ominosa de la ciudad.

Por supuesto, que estamos ante una temporada que se ha diluido como un azucarillo pero no es ni de largo de las peores de la historia del club. Hemos vivido momentos de penurias económicas, de plantillas horrendas y descensos bochornosos. Y siempre permanecimos unidos. Esos malos momentos nos sirvieron para querer más al club, para arrimar más el hombro, para sentir más profundamente las trece barras de ese escudo. Por eso no se entiende esta beligerancia social en la que vivimos a diario.

Sería muy interesante hacer un estudio sociológico para intentar entender lo que está pasando por Heliópolis. Hemos pasado del cielo al infierno en meses. Hemos pasado de invadir Milán a pitar el himno en nuestro propio estadio. ¿Cómo es posible asistir a tan diferentes hechos en tan breve espacio de tiempo? El cielo y el infierno en meses.

Y todo lo centramos en esta temporada, pero la cosa viene de un tiempo atrás. Parece que Setién ha encendido la llama de las hostilidades y la contienda, pero la hemeroteca nos demuestra que el mal ambiente viene de más atrás. Así se expresaba un entrenador no hace mucho: “el único lugar donde no me salieron las cosas fue en el Betis. Aquello era una locura. En el primer partido en casa, empatamos a cero y al final la gente nos pitó como si hubiéramos perdido 10-0. Recordaba el Villamarín de mi etapa de jugador y creí que era más agradecido”.

Se ha pitado hasta la asistencia de público en varios partidos. Por pitar se ha pitado lo más sagrado del club, el himno. Exigencia lo llaman algunos, muchos. Pérdida de identidad lo llamo yo. Puede que sea la opinión de un trasnochado, pero es lo que he mamado desde pequeño. Siempre me enseñaron a seguir de pie por muy grande que fuese la caída, a quererlo con delirio por muy malos que fueran los resultados, a amarlo con infinita locura pasara lo que pasara, a defenderlo con la pasión de aquellos que iban a los campos de tercera a gritar Betis, Betis, Betis.