Reyes Aguilar @oncereyes El alma es aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos, decía Aristóteles. El Real Betis reconoce a sus cien almas más antiguas, definiéndolos como “100 ejemplos de fidelidad, 100 almas dedicadas a ti. 100 vidas en verdiblanco”. Por la retina de estas cien almas habrá pasado el verdiblanco como la ráfaga que tiñe toda una vida, la misma que dobla el junco sin quebrarlo, dejando historias béticas que merecen ser oídas, para nunca olvidar de dónde venimos, para dejar que arraigue esa leyenda que recorre el mundo entero.

Ellos habrán aguantado la respiración ante las zancadas que desde el Polígono de San Pablo, pespunteaban la banda izquierda del viejo Villamarín con medias bajadas, las mismas de quien humildemente reconocía no ser nadie al lado del coriano universal, aquel se marchó dejándonos la enseñanza de ese Betis de verdad, de cercanía, humildad y grandeza, de goles olímpicos y de pierna zurda de caoba. Esas cien almas habrán contado los kilómetros que se hacían aquellos siete pulmones, habrán llorado a Don Benito, contado los carnés de socio en la saca de correos del despacho de Nuñez Naranjo para retener a Cardeñosa y aplaudido a los grandes que desde ultramar, llegaron al Villamarín para escribir la historia propia, como Denilson, Finidi, Anzarda, Lobo Diarte o Hadzibegic escrita con la letra que marcaban la elipse de los goles de falta de Calderón, o la historia ajena, la de Maradona, la de Mágico González, la de Cruyff, Zidane, Ronaldo o el mismísimo Messi, a quien se le aplaudirá siempre porque si el alma bética madurada con la solera de los años sabe de sobra algo es de señorío.

Una de esas cien almas se agarra al cirio verde de su Esperanza cada Viernes Santo y yo me siento afortunada al escucharle hablar de tranvías, de tercera división y de rifas para ayudar a lo que se ofreciese, mientras por su mirada azul asoma ese Betis que aflora en los ojos de sus béticos. Joaquín, con su número cinco de socio acompañado de los noventa y nueve catedráticos del Manquepierda que le acompañaron en el merecido homenaje que el club le brindó, saben del buen hacer de Tenorio, de las redes cosidas subido en su poste y de marcador de palomar al sol de Heliópolis. De las lágrimas sinceras de Pedro Buenaventura, de Rafael Iriondo y de aquel inolvidable verano del 77, de Andrés Aranda y los siete apellidos vascos, del gol de Dani, de Quino, de Telechía y del llorado Gregorio Conejo, quien siempre estaba en la foto sacando beticismo de donde no lo había, y por ser testigos directos de la transformación del club, pasando del deterioro institucional a la modernización. Ellos conocen la historia tras toda una vida latiendo al son del “ala bim, a la bam a la bim, bom, bá” y de ellos debemos aprender para no desfallecer, para no perder nuestra esencia.

Me uno al reconocimiento con orgullo a esas cien almas, embajadores de esa inderrocable moral a prueba de derrotas, que diría el poeta, portadores de ese Betis que solo se ve en los ojos de sus béticos.

(Para Joaquín Real, presidente de la Asociación de Béticos Veteranos, con toda mi admiración)

Foto de Portada: diariodesevilla.es