JJ Barquín @barquin_julio Somos muy dados a las etiquetas. A catalogar. Los medios de comunicación han ayudado bastante a ser como somos. La obsesión de los periodistas por sintetizar nos tiene esclavos de las etiquetas. También han influido las redes sociales, especialmente Twitter. Un vertedero de opiniones, sin reflexión. Un espacio de narcisismo personal, donde se cataloga sin miedo alguno. Pero etiquetar lleva consigo un grave riesgo de pifia y un punto de injusticia ineludible.

Y el mundo bético no iba a ser menos. Ahora nos movemos en el debate de ambición o exigencia. Y a todos nos comienzan a poner, claro está, una u otra etiqueta. O eres ambicioso. O eres exigente. Pues perdonen que me revele, pero ni una cosa, ni la otra. Bético y punto. Con mis opiniones, con mis deseos, con mi esperanza, con mis contradicciones, con mis ilusiones, con mis equivocaciones.

Cuando hace ya muchos años comenzaba a ir al Villamarín, era bético. Sin más. Era de Muhren, de Anzarda, de Morán, de Perurena, de Esnaola, de Benítez, de López, de Diarte, de Cardeñosa, de Gordillo o de Alabanda. Era de lo que era del Betis. Daba igual que hubiera buenos o malos jugadores, mejores o peores plantillas. Yo quería lo mejor para mi club, que ganase cada Domingo. Y si no era así, pues a seguir queriendo con locura esas trece barras. Éramos de lo que el club tenía. Moríamos con ellos, sin plantearnos más cosas. Las ambiciones o las exigencias son para los que mandan, para los que deciden.

Ahora, en este mundo de etiquetas, tenemos que ser algo. Ambiciosos, exigentes, rigurosos, codiciosos, insatisfechos, etc. Si no eres ambicioso, con grandes pretensiones, con un punto de insatisfacción y con un alto nivel de exigencia, no eres bético. Veo mucha etiqueta, mucha opinión subida de tono, mucha pretensión desmedida. Para mí, el Betis no es una obligatoriedad. Es un sentimiento que conlleva la victoria y la derrota; la ilusión y el padecimiento; la esperanza y la decepción; el anhelo y la espera; la desesperanza y el abatimiento; la fe y la convicción; el desconsuelo y la incertidumbre; en definitiva, el todo y la nada.

Por eso, bajemos el balón al suelo y dejemos de ponernos etiquetas entre todos, pues contra menos tengamos, más fácil será aceptar lo que el futuro nos depare. Solamente debemos tener, una, la de béticos. Así será más fácil continuar nuestra senda, sin reproches, con nuestros éxitos y con nuestras derrotas. Y hagamos caso a Montesquieu, que dijo que “un hombre no es desdichado a causa de la ambición, sino porque ésta lo devora”.