Pablo Caballero Payán @pablocpayan El pasado jueves 19 de abril tuve la inmensa fortuna de acudir al Palco Presidencial del estadio Benito Villamarín para presenciar el partido entre el Real Betis Balompié y la UD Las Palmas. Fui acompañando a mi primo Javier, presidente de la Peña Bética de Ciudad del Cabo.

He de reconocer que es bastante complicado mantener la calma en el palco y allí se pasa bastante mal viendo los partidos. El final, con el gol de Junior, fue apoteósico y vi a mucha gente emocionada y feliz por la importante victoria. Fue un día de emociones fuertes y bonitas. Pero todo empezó la noche anterior. Mi madre me mandó este mensaje que, por su emotividad y por transmitir el verdadero y auténtico sentir bético, reproduzco íntegramente.

Que buen instrumento es el cerebro, capaz de evocar y recordar anécdotas que mi padre contó en más de una ocasión. Planchar una camisa para mi hijo Pablo, con todo el mimo del que soy capaz, me ha llevado a una imagen que de tanto evocarla me parece real.

Mi padre era un niño de la guerra que sufrió una posguerra dura y penosa. El hambre y todo tipo de carencias, hicieron de él un hombre bueno y justo. Contaba que siendo un niño, iba andando al campo del Betis de sus amores para que lo dejaran entrar los últimos minutos. Sus padres no lo dejaban ir pero él lo hacía. Para que su madre no se diera cuenta de lo que había andado, se quitaba las alpargatas, que era el único calzado que tenía, y no dudaba en caminar descalzo para no gastar la suela de sus tristes alpargatas que podrían delatarle. Tiempos de hambruna y penas que no le quitaron las ganas de disfrutar de su equipo.

Algunos años después fue socio y penó y disfrutó con su Betis. Era un espectáculo verlo escuchando o viendo un partido de fútbol. Lanzaba córneres, paraba como nadie todos los posibles goles que llegaban a la portería y marcaba más goles que nadie con la cabeza y con todo su cuerpo. El año que murió, el Betis descendió y mi hijo, que ya apuntaba maneras, se acordó de él.  Siendo un niño de 7 u 8 años, con la voz entrecortada me dijo “menos mal que el abuelo no lo ha visto” Toda una lección de beticismo y cariño hacia su abuelo.

Han pasado muchos años y el sentir es el mismo. Es por todo esto y más cosas que guardo en mi memoria de bética, que me afano en lo único que puedo aportar para mañana. Deseo que mi hijo y mi sobrino Javier se luzcan en el palco y disfruten con el  Betis. Con motivo de la creación de la Peña Bética en Ciudad del Cabo lo han invitado, y Javier sin dudarlo ha puesto la salvedad de que él siempre va al Betis con su primo. Ole los primos béticos (Joaquín por supuesto también), que han heredado un sentir verde y blanco que le corre por las venas.

Gracias mamá por ser como eres y por ponerle a todas las cosas de esta vida emotividad, cariño y corazón. Y por su puesto, gracias Javier por querer que te acompañara en este día tan especial.