Por aclarar, tras las últimas noticias: este artículo se escribió en la noche del lunes 2 de abril.

JJ Barquín @barquin_julio A principios de septiembre, escribí que Adán no es santo de mi devoción. Con eso no quiero decir que no sea buen portero. Como cualquier cancerbero, alterna buenas paradas con algunas cantadas. Pero es el precio que tienen que pagar los que escogen ponerse debajo de los palos, ya que la portería es el puesto más ingrato de ese circo llamado fútbol.

A los porteros, la mayoría de las veces, se les relativizan las paradas y se les agrandan los errores. Son unos auténticos incomprendidos. Y por ese escenario en el que viven diariamente, muchos desarrollan una fuerte personalidad que les hace únicos. Hay muchos ejemplos de cancerberos a los que se les recuerda por sus excentricidades, locuras y temperamento.

En nuestro país tenemos grandes porteros. Por eso, Antonio Adán me parece un buen portero del montón. Su gran defecto está fuera del campo. Es provenir del Real Madrid. La gran mayoría de los jugadores que provienen de la Castellana traen una tara: creerse más que el resto de los compañeros con los que comparten nuevo vestuario. Esa tara le hizo pedir un sueldo de Champions cuando el equipo deambulaba por la medianía de la tabla. Un ejemplo de egocentrismo poco entendible. Fueron los momentos en los que el de Mejorada del Campo se olvidó de la bonita ciudad italiana de Cagliari, en la espectacular Cerdeña.

Pero el fútbol tiene estas cosas. Hace un partidazo y le llueven los honores, se le rinde pleitesía, es el nuevo héroe. Esos mismos que desde que terminase el partido en Getafe lo han aupado hasta la categoría de héroe, son los mismos que le daban palos la noche que falló contra el eterno rival, cuando arriesga más de lo debido cuando juega con los pies o cuando “canta” fuera del césped.

Pues, ni una cosa, ni la otra. Ni blanco, ni negro. El fútbol es resultado y algo más. Es saber comportarse; es sacrificio personal; es compromiso con uno mismo y con el club que le paga; es responsabilidad de los propios actos y es, sobre todo, humildad. Ahora que se acerca la fiesta de lo efímero, la alegría y el colorido, les propongo a los que cambian según sople el viento a montar una caseta de feria para festejar. La calle donde montarla me da igual. El nombre está claro y lo leyeron al comienzo de este artículo.