JJ Barquín @barquin_julio Hace algunos años que, en la primera etapa de Sentir Bético, escribí infinidad de artículos donde intentaba desmontar la figura del dictador de Jabugo. Al principio, me llovieron palos pues el mandamás del Fontanal era un ídolo para la inmensa mayoría de béticos. No es que yo fuera más listo que nadie pero tenía información de primera mano. Conocía a varias personas que daban servicios externos al club y supe de las sucias y rastreras jugarretas que les hizo cuando se alzó con el poder.

Personas que después de dar mucho más de lo que podían, eran tratados como perros. Personas que, en esos años de penurias de la etapa Retamero, fiaban lo que hiciera falta pensando que ya lo cobrarían más adelante. Se hacía por el Betis, aunque en algunos casos hablamos de millones de pesetas. Pero enfrente tenían a un usurero en toda regla. Un manipulador. Un encantador de serpientes. Nada más que hace falta recordar el vídeo que protagonizó junto a sus fieles colaboradores. Nada más que hace falta pensar en la millonada de deuda que dejó mientras fanfarronaba de “no deber un duro a nadie”.

Con el paso del tiempo, la afición se fue dando cuenta de lo que escondía este funesto personaje que pulula por la calle Jabugo. Un empresario con una larga historia negra en la Sevilla de los 60 y 70, que había crecido a base de dudosas prácticas empresariales y del chantaje como principal arma. No era trigo limpio y su llegada al Betis era el lugar perfecto para seguir haciendo negocios para su único interés. No digo que no sea bético, pero nunca llegó para servir sino para servirse. Esa es la verdad de Manuel Ruiz de Lopera.

Ahora, y con un largo tiempo de juzgados, denuncias y la lucha de muchas entidades y béticos anónimos, la justicia ha hablado claro sobre ese 31,38 por ciento de acciones que muchos sospechábamos no habían sido compradas lícitamente por Lopera. El Juzgado de lo Mercantil número 1 de Sevilla declaró ayer la nulidad de la suscripción de ese porcentaje de acciones del Betis por parte de Farusa en junio de 1992. El fallo del juez Francisco Javier Carretero es claro, conciso y meridiano. El 92 fue una auténtica mentira. Un engaño mayúsculo a una afición que idolatró a un personaje aciago que ya es historia del club por sus fichajes, sus gracietas, sus míticas frases, sus títulos, sus descensos y, por la peor condición de una persona, la falsedad y el engaño.