Prometo que este post se escribió el viernes 14 antes del partido contra la Balona.

JJ Barquín @barquin_julio No pretendo cortar el rollo a los béticos pero quiero ejercer de “Ignacio”. Les explico. Cuenta la historia que en el París de 1528 se encontraron en la Universidad de la Sorbona dos estudiantes llamados Ignacio López de Loyola y Francisco de Jaso y Azpilcueta. Con el tiempo se hicieron íntimos y años más tarde, con la ayuda de otros compañeros de estudios fundaron la Compañía de Jesús con los nombres que popularmente se les conoce: Ignacio de Loyola y Francisco Javier.

Relatan los escritos que Ignacio era hombre tranquilo y hasta frio, mientras que el santo navarro era una persona inquieta, lanzada, impulsiva, en definitiva, un corazón apasionado. En algunos libros se relata como cuando comenzaron a poner en pie la compañía, las conversaciones eran muy curiosas. Ignacio planteaba unos objetivos y Francisco se ilusionaba, hasta tal punto, que el primero tenía que bajarlo de las nubes.

Pues eso mismo quiero hacer en este post. Observo a los béticos lanzados, subidos a una nube, soñando conseguir objetivos casi inalcanzables. Y en parte es buena y hasta ineludible esa ilusión. Pero también es necesario ser comedidos para que, si las cosas no salen como se piensa, la caída sea menos dolorosa. El bético en estado puro es ilusión absoluta, desbordante, incondicional. El bético es esperanza y creencia, anhelo y deseo. Son virtudes que han hecho a esta afición, diferente y peculiar. Nunca debemos perderlas. Son nuestras señas de identidad.

Pero debemos ser cautos y pensar que todo esto no es como empieza, sino como termina. Debemos estar preparados para saber que vendrán lesiones, malas rachas y partidos desilusionantes. Habrá que estar preparados para esas caídas y saber que, con paciencia y confianza, se pueden  conseguir grandes cosas. En definitiva, debemos ser una mezcla de Ignacio y Francisco Javier.