Pablo Caballero Payán @pablocpayan Hace unos días coincidí con un vecino en el ascensor de mi bloque. Yo llevaba puesta una sudadera del Real Betis Balompié. Mi vecino la miró y me dijo: “vaya con el Betis, qué manera de sufrir, ¿eh?” Le respondí que no, que yo ya no sufría. El sufrimiento ha dado paso al aburrimiento.

Son muchos los motivos por los que mis sensaciones y mi manera de afrontar las cosas que atañen al club verdiblanco han cambiado. Por un lado, está la situación deportiva del Betis. El equipo bético es un equipo que no transmite, que no tiene alma, que no dice absolutamente nada. O sea, que es fiel reflejo de su entrenador, que gasta saliva y tiempo respondiendo preguntas y dando explicaciones de forma vacía y hueca.

Y por otro lado está que, desde hace un tiempo (no es cosa de ahora), yo le doy al fútbol en general y al Betis en particular, la importancia que tiene. Y esa no es otra que la de una afición, un hobby que no me da de comer y que no debe aumentar mis tormentos y mis quebraderos de cabeza. He relativizado la importancia vital que le daba antes. Ni más ni menos.

No voy a caer en el error de criticar al que sufra y se tome este juego muy en serio. No soy quien para poner en entredicho el lugar que ocupa el Betis en la lista de prioridades de cada uno. Con esto no quiero decir que para mi no sea importante el club de Heliópolis. Claro que lo es, pero no como para que se me vayan muchas fuerzas indignándome o sufriendo por su situación. No, me niego a sufrir por esto.