No entiendo a los béticos que, tras ver las prestaciones mostradas por el Real Betis en las diez primeras jornadas de Liga, siguen siendo optimistas con respecto al futuro deportivo de la entidad verdiblanca. No veo otra solución que el cese de Poyet y mi grado de pesimismo aumenta partido a partido.

Claro que yo, para argumentar mi postura, podría argumentar lo que dijo en su día JoséSaramago: “no es que yo sea pesimista, es que el mundo es pésimo” Si cambiamos al mundo por el Betis, entenderán mi pesimismo. Porque se trata simplemente de eso. No es que me agrade ni me reconforte. Al contrario. Me entristece ver como mi equipo no es de fiar, no posee argumentos para confiar en él y no transmite sensaciones positivas.

Desde la llegada de Javier Irureta al banquillo verdiblanco en verano de 2006, se repite la misma cantinela temporada tras temporada, con las excepciones de las tres primeras campañas de Mel. La ilusión del verano se transforma en desilusión antes de llegar Navidad. La endeblez de los proyectos deportivos es la tónica general provocando, irremediablemente, el despido del entrenador de turno. Le pasó al mencionado Irureta, a Cúper, a Chaparro, a Tapia, a Velázquez y a Mel, y le va a pasar a Poyet si no varía la situación.

Así que el domingo, cuando en El Madrigal eche a rodar el balón, me sentaré frente al televisor con la esperanza del que no espera absolutamente nada. De este modo, si sonara la flauta, la alegría sería doble. Pero permítanme que siga siendo pesimista. Además, creo que el pesimismo no es negativo porque, citando nuevamente una frase de Saramago, “los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay”

Pablo Caballero Payán @pablocpayan