Cualquiera sabe que Poyet no es el responsable del Betis de los últimos años. Pero el uruguayo debe ser lo suficientemente inteligente para saber que los pitos de la afición surgen del hartazgo y la decepción continua. La pretemporada abrió la puerta de la esperanza pero el Nou Camp nos devolvió a la cruda realidad, no por el resultado, sino por la actitud de un equipo que volvió a recordar al de temporadas pasadas.

Para completar la tormenta perfecta, el arranque ligero en casa resultó un insulto a una afición que no quiere palabras sino hechos como dicen en la planta noble del Villamarín. El Betis de Poyet, cuando ha llegado el momento de la verdad, el de la competición, evidencia los mismos defectos del pasado: falta de presión e intensidad; no saber a qué juega y sigue sin contar con un líder, un organizador.

Lo mejor es que falta mucha liga para corregir la situación y todos debemos hacer ciertos deberes. Los jugadores trabajar duro y ser profesionales honrados, dándolo todo en el campo; el entrenador ser exigente y responsable y no vender humo con declaraciones en las que comienza a lavarse las manos, cuando sabía perfectamente en la casa que se metía; el consejo de administración a gestionar como mejor sepan, lo que incluye que el presidente se modere en sus declaraciones y no provoque incendios innecesarios; y, por último, la afición.

Es verdad que estamos muy quemados, que no vemos ese día donde las cosas salgan como todos queremos, que son demasiadas decepciones pero debemos tener paciencia y dar una oportunidad a un proyecto que parece serio y coherente. Somos una afición muy apasionada, que pasa del amor profundo al odio más visceral en cuestión de minutos y eso no es bueno. Debemos dar una oportunidad más y confiar en el proyecto Poyet. El tiempo dará o quitará la razón a cada uno de todos los implicados.

J.J. Barquín